El dinero todo lo contamina, el mundo se ha convertido en una gigantesca fábrica de producción. Los hombres trabajamos dentro de esta fábrica para poder consumir los objetos que ella misma produce.
Como diminutas piezas del engranaje, diariamente, minuto a minuto, segundo a segundo, cadenas kilométricas de hombres fabrican objetos.
Subiendo una estrechas escaleras de hierro, aún contaminadas por el humo de las máquinas, comienzan los peldaños que dan acceso a los despachos acristalados.
Allí, desde lo más alto, otros peones de mayor categoría, vigilan tras las ventanas, que el engranaje del mundo siga latiendo.
Una vez dentro de ese piso superior, una puerta de madera opaca conduce por un estrecho pasillo a la habitación acorazada.
En esa habitación no hay reglas, no hay límites, se puede disfrutar de una vida sin leyes, una vida en la que puedes saciar todos tus deseos.
Pero un mundo controlado por el dinero, no se puede permitir que algo no tenga un precio:
En la habitación acorazada no hay reglas, pero tampoco hay valores, solo puedes tener un único amigo, solo puedes confiar en una sola cosa. Los pocos hombres o mujeres que ella habitan tienen que cumplir una unida regla:
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