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No pidas mi perdón, no te atrevas a pronunciar un lamento.
El que es capaz de besar el raso de unos zapatos, también es capaz de sostener el peso de la culpa.
Cuando el amor se convierte en obediencia, no es el sumiso el que domina, no es la mano del señor el que decide.
Ambos estamos encadenados a un juego peligroso, una camino que conducirá seguro a una final donde la muerte de los sentimientos ha sido dictada sin juicio previo.
Si amas mi posesión me harás partícipe de tus sueños y atarás sobre mi cuello la cuerda de mi mismo
Me amaré a mi mismo por encima de ti, aunque sepa que el destino de mi soledad es la correa que ahora te sujeta